lunes, 26 de octubre de 2015

SOBRE'L PIAL

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 026 – 25/10/2015

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.

Gracias a Dios, en años ya lejanos, hemos tenido la suerte de conocer yerras, no a campo abierto, pero si en corral grande y a lazo, donde como diversión, nos volteaban los ternerones después de la marcación.
Más allá de la que se hacía en “Los Ombúes”, mi abuelo Desiderio y Domingo Amondarain sabían arrendar algún potrero de campo virgen (como aquellos del campo de ayer) sobre la costa del Plata, en campos de la estancia de Aurteneche (“25 de Mayo” nombrada, si no me equivoco), y allí -campo sin población- había un corral grande, bastante abandonado, donde también se hacía la yerra a lazo.
Había que rejuntar la hacienda que a veces ganaba los pajonales, y para un chico con aspiraciones de gaucho, aquellas eran “aventuras” inolvidables.
También hemos sabido de algunas de esas travesuras donde en alguna rinconada media oculta, se juntaba yeguada, a lazo se agarraba alguna y se la montaba en el suelo, y aunque no era yo de los que montaban, allí andaba de a caballo atajando o simplemente mirando, y recuerdo entonces a Juancho y Carlitos Diz, a Pedro,  y otros muchachos cuyos nombres me ha borrado el esmeril del tiempo; no quiero mentir, pero no se si no andaba ‘misturao’ José Gómez de Saravia.
Luego la vida nos hizo lector de todo libro que hablase de cosas gauchas, y si eran del tiempo de antes: ¡mejor! La “Patria Vieja” le llaman los orientales, y a decir verdad ¡qué lindo que suena así!
Con los años escribí un verso en el que se vislumbra una yerra de yeguarizos a corral , y allí se me ‘misturan’ aquellos recuerdos de “allá lejos y hace tiempo” -como dijo Hudson-, con las historias leídas y también las escuchadas relatar a los paisanos en las charlas del mate o en la churrasqueada con un vino manso. Y acá me vienen a la memoria las largas ‘conversas’ con Don Rodolfo Nicanor Kruzich, ¡qué amigazo!
Al verso -que se llama “Sobre el Pial”-, lo escribí hace ya casi 34 años, y tiene su propia historia: lo incluí en mi segundo libro, “De Sangre Pampa” del año 80, y de él lo tomó Alberto Durán para incorporarlo a su repertorio.

Cuando allá por inicios de la década del ’90 se organizó en Coronel Dorrego un concurso de cantores sureros, que tenían que participar en representación de una audición radial, Alberto se presentó representando al programa de Pampa Carranza, y llegó a la final ¡y ganó el certamen cantando ese tema! 
Recuerdo que al regresar, me visitó para darme la noticia, y me contaba que el jurado (entre los que estaba Carlos Castello Luro), le había elogiado lo original del repertorio que había elegido.
Este es el verso en cuestión:

“SOBRE EL PIAL”

Puerta’juera del corral
-los ojos desorbitao-,
sale bufando un gatiao
que al suelo cái en el pial.
Tembloroso el animal
en dispués del golpe queda
y antes que pararse pueda
un mozo corre y lo muenta,
y sobre’l pucho es tormenta
levantando polvareda.

Ya sobre’l pial, jue la monta,
y sorpresa tras sorpresa
el potro mezcla fiereza
con un miedo que lo atonta;
un perro overo lo apronta
toriando desesperao,
mientras que’l hombre pegao
sobre’l lomo va sonriente
porque gritó un ocurrente:
“si salió a hacer los mandao”.

Cuando el potro ya se entriega
y busca la disparada
el mozo echa una parada
que’s broche de’sa refriega.
Al galopito se ayega
hasta su lao un paisano
que le ofrece estribo y mano
pa’ enancarlo a su picazo,
y ya montao alza el brazo
en saludo campechano.

Destreza que’s tradición:
¡sobre’l pial, montar en pelo!
Costumbre de’ste mi suelo
que engorda mi corazón.
Que siempre haya una canción
pa’ cantarle a lo argentino.
Lo de’ste suelo divino
no habrá de morir jamás
¡porque no habrá satanás
que tuerza nuestro destino!
                                           (28/01/1980)
Carlos Raúl Risso E.

domingo, 18 de octubre de 2015

WENCESLAO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 025 – 18/10/2015

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.

A veces resulto reiterativo, lo aclaro, porque muchas veces he dicho, en las reuniones con amigos, en las charlas que suelo ofrecer e incluso en este mismo espacio, que mis referentes en la poesía gaucha han sido Charrúa, Pedro Risso, Omar Menvielle, pero también he abrevado en otras fuentes, y así por ejemplo, en mis épocas de andar pisando escenarios como decidor de versos criollos, varios poetas uruguayos aportaban a mi repertorio, tal el caso de Yamandú Rodríguez, de Osiris Rodríguez Castillo y del para mi muy notable y campero Don Wenceslao Varela.
No tuve la dicha de conocerlo personalmente, pero si mantuve una amistad epistolar que inicié cuando le remití un ejemplar de “Al Badajear del Cencerro”, mi primer libro, y cuál  no sería mi sorpresa, al recibir poco tiempo después, una muy conceptuosa carta apuntalando mis pretensiones de incipiente poeta. De ahí en más, varias fueron las misivas que cruzaron el estuario del ancho río platense y varios los libros que intercambiamos.
No muchos son los que saben que Don Wenceslao “le hacía a la prosa” como que era autor de cuentos costumbristas, y que ya en el año 74 había reunido un grupo de ellos bajo el título de “Nazarenas de hierro”; de éste me remitió un ejemplar en el año 91 con una dedicatoria que reza: “Con paisano afecto te obsequio éste, que es algo de lo poco hecho por mi. Un abrazo de hermano – Wenceslao”.
En los últimos años de su vida tuvo un problema de visión que le impedía leer y escribir, y es así que se valía de una nieta para que le lea las cartas, a la que también le dictaba lo que quería escribir.
Casualmente su último libro también fue de cuentos, muy a mi gusto titulado “Albardones”, esa expresión tan a fin a los que hemos tenido por paisaje natural y cotidiano, los campos quebrados vecinos de la costa del Plata. Como un broche de oro, este último libro se lo publicó el Ministerio de Educación y Cultura de su país, como una “edición homenaje”.
Años antes, por cuestión de los libros, se había comunicado conmigo un compoblano de don Wenceslao, Eduardo “Lalo” Fassola -de quien hace rato nada se-, y fue este amigo el que se allegó a mi casa con el ejemplar de “Albardones” bajo el brazo. De su puño y letra son los comentario insertados en la página 2, a los que el viejo poeta rubricó con su firma; dice por allí que me manda “entre los abrazos más grandes y a ‘ñudo potreador’ para que alcance a todos los amigos de esos pagos, y a vos también, ‘último por maturrango’ -me chucea- con un beso con gusto a caña…”.
El comentario está fechado el 27/01/1996; casualmente un año después, el 25/01/1997, en su San José natal fallecía con los 89 años ya a tiro de lazo.
Su muerte fue un puntazo lírico en mi sentimiento de escritor criollo, por eso que 4 días después, ponía fin a estas décimas evocativas que simplemente titulé:

 “WENCESLAO

Entristecido por la partida
del gran poeta Oriental



¡Ha muerto Don Wenceslao!
y a mi me tiembla la pluma
porque siento que se’sfuma
el crioyo más ispirao,
deseguro lo ha yamao
Tata Dios, a su fogón,
pa’ degustar la emoción
de compartir un amargo
y un verso como de’ncargo
propio, pa’ cada ucasión.

Ta’ de luto el oriental,
de luto está el argentino,
dos pueblos de un mesmo sino:
¡gauchos a carta cabal!
Hernández, en su sitial
lo ha de sentar a su lao,
y Lussich, que no es quedao,
también estará’l lao suyo
¡qué hay un rioplatense orguyo
por lo que’n verso han trenzao!

Tal cual que’n “Ni Amor Ni Juego”
-que tanto y tanto rumié-
“la taba picó y se jue”
y en eya el pueta… tan luego.
Seguro que ni un reniego
enarboló en su partida:
hombre de’sencia curtida
que’n la’lversidá se agranda,
rumbió a toparla a la Amanda
¡la otra mitá de su vida!

Nacido en la patria fecha
del 25 de Mayo,
la tierra honró de a cabayo
y la engalanó en su endecha;
es un himno -que repecha,
confiao en su identidá
la más cruda rialidá-
cada verso que compuso,
¡que hay nobleza hasta el abuso
por ser gaucho de verdá!

El que la vida ha sembrao
con tanta y güena versiada
siempre’ntre la paisanada
ha de vivir, apreciao;
es que andará misturao
en la rueda ‘e la matera,
en la fiesta más campera,
en la charla ‘e la cocina,
en la riunión pueblerina
o en boliches de pa’juera.

Vivirá en “El Rastreador”,
en “Por la Muerta” o “El Yaro”,
en “Consejos” -que hablan claro-
y en “Cardozo” y su valor;
en “Mi Moro” -pingo flor-,
en “Recuerdos del Camino”,
La Cencia de Alejandrino”,
“Una Carrera”, en “Jagüel”,
en la’ngustia de “Fidel”
y en la memoria “El Barcino”.

Hace añares se hizo historia
con versos como “Tramojo”,
o lo que evoca en “Despojos”
y “Alejandrino Victoria”.
Deseguro no hay memoria
que’ntable tanto prosiar
pero “El Amigo” es sin par,
como “El Chasqui Feliciano”,
o “Charrúa” -antiguo hermano-
o “El Sargento Malbajar”.

Pienso al fin… que no se jué…
sacó a retozar su empeño
pa’ encontrar el duro ceño
de aquel indio “Yyazuiré”.
Por siempre en su San José
su nombre… será un anhelo,
y cada vez que’n mi suelo
busque’l sentir de Varela
“Mis Manos” se hará vigüela
y canto, con Claudio Agrelo.
                                   (29/01/1997)
Carlos Raúl Risso E. 

domingo, 11 de octubre de 2015

NO ES PA' TUITOS, EL MALAMBO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 024 – 11/10/2015

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.

5 años tendría cuando en el patio de tierra de “Los Ombúes”, a la sombra de la gran palmera y el alcanfor grande, Domingo Amondarain me enseñó los rudimentos del paso básico del zapateo; por la misma época, en mi casa de La Plata, Bocha Espinel Boffi -que por entonces vivió una temporada con nosotros- también me enseñaba lo mismo. De allí en adelante acudí por el aprendizaje de danzas, a un par  profesoras, jovencitas ambas; primero Lidia Marcovich y luego Olga Giménez de Jurado. Con esta última aprendí una variedad de mudanzas, y lo más importante del malambo: a repiquetear, que por suerte lo saqué con los dos pies, que al fin resulta fundamental para el bailarín. 
Recuerdo que ella se calzaba las botas fuertes, y así zapateaba conmigo. 
Correría 1964 cuando con mis padres fui al Teatro de la Comedia de la Provincia (entonces en calle 47 e/7 y 8), donde se presentaba un espectáculo folclórico, que calculo hoy, debe haber sido organizado por la Escuela de Danzas Tradicionales “José Hernández”, ya que el hecho que me interesa relatar, fue presentado por quien fue director de ese establecimiento, el renombrado Lojo Vidal (el padre de crianza del gran Julio Bocca).
En un momento dado, presentó en el escenario a cuatro o cinco muchachos, vestidos a la usanza netamente gaucha: chiripá talar (o sea bien largo sobre la caña de la bota de potro), camisa, chaleco, faja, tirador, pañuelo, sombrero… todos vestidos distinto, quiero decir: no uniformados. Lojo a un costado los fue anunciando, y uno por uno hicieron malambo surero con botas de potro. Es el primer registro visual que tengo de tal danza.
Al poco tiempo, en una fiesta en “La Totora” de Magdalena, se presentaba el conjunto “Cruz del Sur” que orientaba Ariel Tapia, en el que bailaban -entre otros- Carlos Attemberg, Guillermo Villaverde, José Carrizo y José Garzo. Y volví a contemplar una escena similar.
Coincidéntemente, en las casas murió una yegüita picaza, de boyerear, y mi padre tuvo la original idea de decirle a mi abuelo “Tata”: “¿Y si le sacó las botas, para hacerle un par a Carlitos…?”. Y así fue que se puso a hacer lo que nunca había hecho: un par de botas de potro, y le salieron tan bien, que se fue dedicando a sus confección, de allí que muchos bailarines, y también jinetes como Cacho Gomensoro o los entrerrianos hermanos Barbosa, usaron botas confeccionadas por Don Romeo.
Sin maestros a la vista, pero ya con “las botas en mis patas”, y a pura intuición criolla, comencé a adaptar todas las figuras que sabía lo mismo que los repiques, para hacerlos al modo surero. Y tan mal no me habrá ido, porque el propio Attemberg me vino a buscar para que sea una de las tres parejas que estaba armando para el Cosquín de 1968, y yo recién entonces cumplía 16 años.
 Seguía siendo muy joven -“malambiaba y endimás escrebía versos”-, cuando a los 18 años le hice unas décimas al malambo, que gracias a Dios han hecho camino al andar, y hoy, habitualmente las dicen Juan Carlos Luna y Pablo Liciaga cuando se topan en un contrapunto en un escenario, y a veces también Tato Vaquero, en los televisados malambos de los domingos de Canal 9.
Este el verso:

NO ES PA’ TUITOS, EL MALAMBO

¡Malambo!: es discutido
tu lugar de nacimiento,
pero surero te siento
porque’n el sur he nacido.
Quizás poco conocido
seas en la actualidá,
pero a decir la verdá
cuanta tradición que’n encierra
¡verte bailao en la tierra
de una guitarra al compás!

No pretendo discutir
-tan solo doy mi opinión-
y así espongo la razón
de mi surero sentir.
Tiene el malambo el vivir
de la región en que se haya:
en el sur, de altiva taya
con elegancia ante todo,
y si es senciyo su modo
sepa, ¡le sobran agayas!

El malambiar de un surero
refleja un modo de vida.
Es la pampa convertida
en cuerpo de hombre campero.
Es resabio’e fortinero
avisorando el desierto.
Es rastriar ante lo incierto.
Es lucirse con un pial,
y echar “el dos” a un bagual
beyaquiando en campo abierto.

“Media res de arriba, quieta
y la de abajo bailando”,
estilo que irá mostrando
quien lo surero interpreta.
Costumbre que se respeta
vaya a saber de hace cuanto.
Dice un refrán que es un tanto
popular entre nosotros:
“No es pa’ tuitos, bota’e potro”.
Y en lo que he dicho, me planto.
                                                  (06/06/1970)

Carlos Raúl Risso E.-

lunes, 5 de octubre de 2015

SIN MIRAR PA'TRÁS

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 023 – 04/10/2015

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.

Creo en la inspiración, soy un convencido que existe. Y de ella dependen, la mayoría de las veces, los versos que podemos construir.
De fines de 1988 -época de hiper inflación- a 1992/93, fueron años que me resultaron muy malos, duros, difíciles. Durante ese tiempo escribí pocos versos de inspiración, muy pocos, diría. A veces, me proponía hacer algo, y empezaba a rumiar una yunta de octosílabos como para que me disparen una cuarteta, y aunque por ahí la llegaba a completar, no tenía resto para armar una décima.
Esta situación me llevó a pensar que de la misma manera que un día había comenzado a escribir versos -mágicamente podría decir-, había también un momento en que esa posibilidad  creativa… se retiraba, se hacía humo... Entonces, meditando a solas, “se me murió el poeta”, me decía, tratando de resignarme.
Pero… ocurrió que el día 9 de mayo de 1992, mientras andaba haciendo trámites laborales, me lo encuentro en Avda. 7 e/46 y 47, al escritor Alberto Fernández Lafuente. Nos habíamos conocido por 1979 cuando me había acercado a la Editorial Ramos Americana con intenciones de publicar mi primer libro.
Alberto era fundamentalmente un escritor de aforismos -esas sentencias que quedan condensadas en una frase breve-, y tenía la particularidad, que su vehículo -un viejo Citröen, con muchas reparaciones en su chapa, sin pintar- estaba cubierto con sus aforismos, escritos a mano, con tiza blanca, lo que lo había transformado en un auto muy particular en el tránsito platense. Alberto se ganaba la vida como vendedor de libros en cuotas, a domicilio, y en dicha condición recorría ministerios y otros lugares que concentraran mucha gente. Era uno de esos hombres que podemos definir como buenos, de modales calmos y palabra pausada.
Volviendo al día del encuentro, después del saludo me pregunta como andaban mis versos, mi creación, y ahí le digo: “Se me murió el poeta”. “-Cómo…? No, no…”, y enseguida se puso a buscar en su portafolios una hoja de papel, luego, del bolsillo del saco extrajo una birome; me entrega las dos cosas y me insiste: “-Para que escriba algo!”. Yo me reía de su ocurrencia y le respondo: “-Pero Alberto, gracias, si yo tengo papel y lápiz”. Y era cierto, tenía ambos elementos conmigo. Nos estrechamos la mano, nos despedimos.
Lo cierto es que del sitio del encuentro a la sede de mi trabajo me separaban solo 3 cuadras, pues bueno, cuando llegué a 7 y 50 tenía escritas ¡3 décimas!, que poco después completé con 2 más, titulando al verso “Sin Mirar Pa’trás”, y es el que ahora compartiremos, pero antes vale comentar, que inicié allí una seguidilla de versos: “Brasa’e Pucho”, “Sin Pulir”, “Como Ñudo Potriador”, “No Cualquiera”, “Por un Casual”, “Los Estribos Regalao”, y a todos ellos los escribí con la birome que me obsequiara Fernández Lafuente, ya que su uso destiné solamente a escribir versos, y la usé hasta que se quedó sin tinta, y la he conservado como un recuerdo que evoca ese momento.
A partir de allí, cuando sobrevino algún otro parate creativo, ya no me preocupé, pues quedé convencido que se depende de la inspiración:

SIN MIRAR PA’TRAS

A Alberto Fernández Lafuente,
agradeciendo su incentivo


Ansí es nomás. Amanece.
Viene clariando dispacio
y un hornero -en el acacio-
lo saluda’l día que crece.
Pinta el tiempo, me parece,
como pa’estar superior
y endemientras el sabor
del mate, tiempla mi fibra,
siento que adentro me vibra
el ser campero y cantor.

Ansi es nomás, y sin cuento…
que la tierra en su rutina,
ante’l nuevo día se inclina
…y yo a la tierra, la siento!
Hoy m’he levantao contento
¡si hasta con gana’e prosiar!
¡Malaya!, lindo es cantar
p’auyentar tuito quebranto…
(Y anque mi voz no levanto
cualquiera podrá escuchar).

Ansí es nomás, aparcero,
que el hombre dice y propone
pero Tata Dios le pone
a cada cual su sombrero,
él no cuida un parejero,
 con cualquiera es ganador.
¡Óigale al duro esa flor!
¡No me recule, compadre!
Que tuitos tenemos padre
pero él es padre mayor.

Ansí es nomás. Y ya el día
-con el sol alzando güelo-,
es como un largo pigüelo
que acicatea mi porfía.
Hay que vivir, y entoavía
varios royos tiene el lazo,
templanza conserva el brazo
y luz tiene la retina…
(Qu’ensacándose la espina
solo es ricuerdo el pinchazo).

Y arrinconando la pava
del fogón, en un costao,
priendo el cigarro qu’he liao
mientras barruntando estaba.
Puede, por áhi, que la taba
caiga a suerte… y es capaz.
Ya pues, sin mirar pa’tras
salgo, que’l campo convida
a camperiarla a la vida
que’s lindo, y ¡ansí es nomás!      
                                            (09/05/1992)
Carlos Raúl Risso E.