domingo, 10 de enero de 2016

CINA - CINA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 37 – 10/01/2016

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.

Hoy voy a volver con un ejemplar de la flora criolla: la cina-cina. Allá por agosto del año pasado nos referimos al “tala” y al “m’burucuyá”, y posteriormente, en una generalidad, al “monte costero”. A decir verdad, siempre me ha interesado bastante el tema de la flora criolla, aunque siga siendo un ignorante al respecto, y algo parecido me pasa con la fauna, y por lo tanto, siempre que puedo trato de informarme sobre el particular.
Este interés mío quedó demostrado cuando publiqué “Campo de Ayer”, donde incluí una parte con el título de “Plantas y Pájaros”, y casualmente cuando iniciamos este ciclo de versos con historia, al referirnos al que sería uno de mis primeros verso -“Atardecer”-, el mismo comienza diciendo: “Canta un chingolo posao / sobre verde cina-cina…”, o sea, tenemos allí un elemento de la fauna y otro de la flora. Y esa décima cuando la escribí sí fue prácticamente de las primeras que hice.
Más de una década después cuando escribí el verso que ahora conoceremos, inconscientemente -ya que en el momento no lo relacioné-, volví a pensar en aquella cina que estaba en la barranca junto al arroyo. Es decir que aquellos sucesos de los años en que la personalidad está en formación, quedan muy fijamente grabados.
La cina-cina, científicamente se llama “parkinsonia aculeata”, y es de la familia de las leguminosas, conociéndose por tal entre las plantas, a aquellas cuyo fruto está protegido por una vaina, tal el caso de la chauchita de la cina, que tantas veces hemos mordisqueado andando a caballo.
La dispersión en la geografía patria es muy amplia, y en el inicio de la división de los campos, fue utilizada como “cercos vivos”, ya que a falta de alambrados, se hacían divisiones utilizando plantas con espinas y también tunas. Incluso, al comenzar a tenderse los alambrados, como la hacienda era muy arisca y capaz de encarar esas vallas, se colocaban cina-cinas junto a los mismos; inclusive hoy, en los caminos vecinales, sigue siendo común ver cómo crecen las cinas junto a los alambrados, ya que estos le ofrecen a su vez, cierta protección para su crecimiento.
Nos parece oportuno para conocer algo más, ofrecer la descripción que Don Carlos Villafuerte ha hecho en su libro “Diccionario de Árboles, Arbustos y Yuyos”. Dice allí: “Arbusto o arbolito de 2 a 5 metros de altura. Crece espontáneamente en la Argentina, y es cultivado a veces en parques y jardines. Espinoso, de hojas estrechas y menudas, da una flor amarilla manchada de rojo, de suave perfume. Florece en diciembre y enero. En la farmacopea del campo se la utiliza para curar ‘el chucho’, bebiendo el cocimiento de sus flores y semillas, frío y con azúcar. Se aconseja beber la infusión de sus hojas, para engordar”.
Vamos a la lectura de estas tres décimas de métrica endecasílaba, o sea: once sílabas, tituladas “Cina – Cina”:

CINA – CINA
  
Centinela de guardia en la barranca;
sostén del nido de un paisano hornero.
Hoy te improviso un canto a lo campero
que de mi entraña mesmamente arranca.
Tu humildá, cina-cina, pura y franca,
mira pasar las aguas del arroyo
dende la altura en que tenés apoyo,
y aunque vivís sujeta a una querencia,
no hacés con el arroyo diferencia
porque sos fiel a tu paisaje crioyo.

Tus hojas son delgadas esperanzas
como los tientos de una lonja fina,
senciyés, que paisana se ilumina
con las florcitas que te nacen mansas:
son rubionas… con soles de añoranzas…
una gota de sangre les da vida,
y haciendo tu esistencia compartida
cuelgan racimos de pequeñas chauchas,
teniendo pa’ defensa, ¡planta gaucha!,
un montón de espinitas alvertidas.

Cina-Cina pobrona de ramaje
desparramao y con la sombra escasa,
durante el día un tibio sol, te abraza,
y en la noche, la luna es tu ropaje.
Puede que un viento a veces te desgaje
más no te vence una prepiada ansina.
¡Sos curtida, mi crioya cina-cina!
¡Sos senciyés dende la ráiz al cielo!
Por eso siento orguyo, yo, tu suelo,
porque somos los dos, de la Argentina!

                                                        (28/06/1981)
Carlos Raúl Risso E.-

domingo, 3 de enero de 2016

GÜEN VIAJE !!

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 36 – 03/01/2016

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.

El verso de hoy no tiene una particular historia, pero sí nos da pie para contar algo.
Dentro de nuestra literatura de raíz gaucha, son bastante comunes los versos criollos que están pensados como una carta, donde el que escribe o habla -el remitente-, le hace un pedido o le brinda información a otro -el receptor-, por lo general un familiar, un amigo o el propio patrón.
Si bien puede haber otros antecedentes, arrancamos con Don José Hernández, quien utilizó dicha forma. Excepción hecha del “Martín Fierro”, los pocos versos que se conocen de su autoría, son muy menores si los comparamos a su épico poema, salvo… el que escribiera a modo de carta dirigido al pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, a raíz de la exposición en Buenos Aires, de su cuadro “Los 33 Orientales”. Son 33 sextinas, cada una dedicada a uno de los personajes del cuadro; podemos opinar: una pinturita.
Hurgando en el ayer nos encontramos con “Cartas Gauchas” de Nicolás Granada, publicado en 1910, en las que el gaucho Martín Oro le escribe a su mujer Benita Chaparro describiéndole las “Fiestas del Centenario Patrio”;   y también “Cartas Pa’ M’hija” de Luis Ramicone, publicado en 1954, en las que un paisano le escribe cartas a su hija que ha viajado a otro pago. En los dos casos son libros donde cada uno de los versos es una carta.
De los muy conocidos que han andado en los fogones del siglo pasado, tenemos: los que escribió Martín Castro, “Chasqui -para el Dr. Agüero-”, aquel en que al final le avisa que le manda “haches y puntos por cientos / y más comillas y acentos…” para cubrir sus faltas ortográficas; como también “Malas Noticias”, la carta de Menvielle en que un hermano le avisa a otro que la madre está muy delicada. Tampoco falta Pedro Risso, y en su vasta producción “Noticias para un amigo”, “Las quejas del capataz” o “Pa’ no perderse”, son claros ejemplos.
Yo también he incurrido… y con mucha frecuencia, en las cartas-versos, a tal punto que tres de mis libros tienen un capítulo que las reúne, a los que he titulado: “Mesivas”, “Del chasque” y “Entre Amigos”.
Con “El Vasco” Víctor Abel Giménez, el payador Pedro Carrizo, “El Lujanero” Alberto Zárate, entre muchos más, en otras épocas he sabido cartearme en verso.
Por eso ahora le vamos a ofrecer a nuestros oyentes, de mi último libro “Del Mesmo Pelo”, unas décimas que titulé “¡Güen Viaje!”, y que escribí hace ahora veinte años -siguiendo de algún modo el estilo de “Pa’ no perderse” de Don Pedro.
Aunque en ningún momento se cita, lo cierto es que la descripción hecha, se ajusta -más de de 40 años atrás- las circunstancias del camino saliendo desde mi casa platense, hasta llegar al arroyo “Zapata”, cuando hace cruz con “el camino real”, como mis mayores llamaban a la Ruta 11.
Van entonces, las décimas de:

   ¡ GÜEN VIAJE !

 ¿Usté pregunta, señor,
pa’ continuar con güen tino
por los datos del camino
pa’ yegar al “Mirador”?
soy algo conocedor
y en lo que digo no yerro
qu’he tropiao pa’l Vasco Ezquerro
en ponchadas de ucasiones
y enyegando, sus patrones
nunca me han negao encierro.

Siga en áura como va
hasta que tope esta güeya
una caye ancha, y en eya
vuelque al lao del lazo, ya;
péguelé a su goluntá
galopiando sin apuro,
pronto verá, le aseguro
la capiya’el padre cura;
siga en esa derechura
que va en camino seguro.

Ande la caye termina
golviéndose campo abierto
como si entrara’l disierto
haga puntiar la madrina.
Su rumbo al este se inclina
agatas lo haiga cruzao
al arroyo’e Maldonao
-le aclaro y no me confundo-
que’s angosto y no es projundo
y hay un paso desplayao.

Cuando yeve trajinao
un rispetable tirón
verá unos álamos, don,
que hacen un monte apretao,
oríyelo con cuidao
que hay una laguna chica,
tuerza a la zurda y se ubica
sobre los campos más altos
pa’ yegar, sin sobresaltos
a un riacho que los salpica.

Son las aguas de “El Pescao”
que cruza un  puente’e madera
pero… ¡guarda si es matrera
la tropiya, pa’l tablao…!
Si es el caso, con cuidao
media cuadra’ntes, al menos,
dentre a tantiar el terreno
pa’ cruzar de un zambuyón
por campos de “El Albardón”
que no han de ponerle freno.

Tres leguas ya yeva’ndadas
cuando en ese punto se haye,
busque al sur, y firme taye
que ya la tiene ganada,
y al enfrentar, de pasada,
de los Traverso, la estancia,
ponga’l naciente constancia
y al dar a un boliche crioyo,
siga la senda’l arroyo
que tiene a corta distancia.

Al toparlo, no lo cruce,
costeeló pa’l lao del lazo
y al “Mirador”, amigazo,
verá que’ntre un monte luce;
casuarinas de alto tuse
lo enmarcan con su ramaje,
y cuando al yegar se abaje
si no l’he’rrao en lo que hablo,
salúdemeló a Don Pablo,
y áura: ¡qué tenga güen viaje!

                             (09/03/1996)
Carlos Raúl Risso E.-