domingo, 26 de junio de 2016

CARTA CRIOYA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro 55 – 26/06/2016

Con su licencia, paisanos! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”

A fines de los ’60 y en el primer lustro de la década del ’70, era muy común que muchachos del ambiente de la jineteada y también bailarines, visitasen mi casa para arreglar con mi padre, fundamentalmente,  la confección de un par de botas de potro,  aunque también podía ser por algún otro trabajo.
Así era habitual que se llegase Cacho Gomensoro, o los hermanos Barbosa -Ulises, Tito y Carlitos-, o Carlos Attemberg, entre los que tengo más frescos los recuerdos. Y algún día también se acercó un joven estudiante de veterinaria que había llegado desde su natal Coronel Suárez, quien además de las clases en la Facultad gustaba de acercarse a las jineteadas de la zona, y anotarse con el mismo entusiasmo que el resto de la muchachada que habitualmente animaban los ruedos de jineteadas. Este paisano/estudiante era Ricardo J. Recalde, con quien a raíz de esas visitas entablamos cierta amistad.
Eran los de entonces años en los que formaba parte de la Agrupación Nativista “El Alero”, donde entre los bailarines se encontraba un muchacho -también estudiante- llamado Enrique García, que era a la vez cuñado del ahora recordado “Negro” Margueliche, ya que era hermano de su esposa.  Y este, un día, en uno de los ensayos, me viene con la noticia de que en una jineteada en “El Fortín Gaucho Berissense”, el amigo Recalde había resultado quebrado en una suelta del palo, y tenía para un tiempo de yeso y rehabilitación. Y como -ya enterado- mi padre le iba a hacer una visita, me propuse escribirle una carta en verso para saludarlo y acercarle apoyo y afecto. Fue así que nacieron las décimas de “Carta Crioya”, en las que trato de contar como fue el accidente.
En enero pasado, en el primer micro del año, al referirme al verso “¡Güen Viaje!”, hablé sobre la práctica de las cartas en verso dentro de la llamada poesía gauchesca, y di algunos ejemplos. Vamos a aprovechar esta nueva oportunidad para remontar la expresión hacia los primeros tiempos de este género; así es que en Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo ya encontramos el recurso. En Ascasubí, por 1846, cuando le escribe al director del “Comercio del Plata”, diciéndole: “Velay le mando, señor, / a que lea mi argumento / que en este puro momento / ha soltao el imprentor…”; y Del Campo cuando le escribe a Aniceto El Gallo diciéndole: “La carta de despedida / que me ha soltao, amigaso, / ha cáido como un guascaso / sobre esta alma entristecida;…”. Queremos confirmar con estos ejemplos, que las cartas gauchas tienen larga historia.
Volviendo a nuestro verso, se lo hicimos llegar a Recalde, quien años más tarde, alejado de las jineteadas, coronó sus estudios universitarios graduándose de veterinario.
Compartimos esas décimas de “Carta Crioya”, que hablan de un suceso relatado cuarenta años atrás, y que están incluidas en "De Sangre Pampa", mi segundo libro, del año 1982:

CARTA CRIOYA

Invierno ‘el setenta y seis
en el Pago de La Plata,
y pa’ darte justa data
te digo, que Julio seis.
M’he’nterao que jue’n tu ley
la caída que sufriste;
que’l pie sacar no pudiste
cuando estabas en el suelo
porque te trabó el pigüelo
aqueya jornada triste.

Y pa’ que sepas te cuento,
que’l cuñao de Margueliche
-al que encontré’n un boliche
las otras tardes, sediento-,
me anotició el mal momento
que’se ‘día de la bandera’
en Berisso se viviera
cuando en las montas en pelo,
al dirse una yegua al suelo
se puso la cosa fiera.

Y jué ansí que me contó
que’n la monta de las clinas,
en el palenque, ladina,
una yegua se sentó.
Que al volcarse le quebró
la pierna izquierda al jinete.
Yo el nombre le indagué, al cuete
porque lo desconocía,
aunque ‘estudiante’, sabía,
era aquel hombre, ¡gran siete!

Y este domingo pasao,
mi padre, en lo de Yarías
se’nteró de aquel día
vos juiste’l acidentao.
Yo me lo había palpitao
por aqueyo de ‘estudiante’,
más por no echar por delante
tu nombre, pa’ no quemarlo,
pensé: “mejor olvidarlo
pa’ enterarme en otro istante”.

Que a porrazos se hace’l hombre
suele decirse a menudo.
Que sos hombre, no lo dudo
lo está diciendo tu nombre.
Hay jinetes de renombre
que se han visto en trance atros,
por eso te digo a vos
que ahora ‘domés’ la impacencia
dedicándote a tu ‘cencia’
hasta tanto echar el dos.

Sepa, amigazo Recalde,
que lamento el sucedido,
pero un mal, bien entendido,
a veces no viene’n balde;
un crioyo que te respalde
siempre tendrás a tu lao,
porque’so lo has conquistao
a punta de corazón,
con humildá y con tesón
de paisano bien templao.

No encontré mejor manera
que saludarte por carta,
y darte en verso mi cuarta
bien priendida a mi asidera;
prendete, que mi encimera
sabrá soportar tu peso,
porque’stá echa pa’ eso
la trenza de un güen amigo,
yo, Carlos Risso, te digo:
“-Hasta pronto… ¡y sin el yeso!”
                                          (6/07/1976)
                                       

domingo, 19 de junio de 2016

TIRANDO EL GÜESO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro 55 – 19/06/2016

Con su licencia, paisanos! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”

Uno de los juegos y entretenimientos más difundidos en nuestra campaña ha sido, sin ninguna duda, el de taba, y este juego, al que se le atribuye su origen en la antigua Grecia, tomó en estas tierras características muy propias que en nada lo asemejan al practicado antaño en aquellos pagos de Europa.
El hueso que llamamos taba -que sale de las patas del animal-, “científicamente” se denomina “astrágalo”, vocablo desconocido en el ambiente rural, pero lo anotamos a modo de información.
En la casa de mis mayores, allá en “Los Ombúes”, donde era muy común que los fines de semanas llegaran visitas, se solía “tirar el güeso” en familia, o sea, hacerlo por monedas y no por plata fuerte como ocurría en alguna tabeada de verdad, y todo andaba entre aficionados hasta el domingo que caía “Tío Pocholo”, en realidad un tío abuelo, quien estaba fogueado en eso de “tirar el güeso”, y era de los capaces con la taba en la mano; por eso, como demostración de su capacidad, se marcaba en la cancha, en el lado opuesto al tirador, un redondel de unos 40 cms., y su jugada era tirar a clavar dentro del mismo. ¡Fantástico… no?
La taba está presente en nuestra literatura de diversos modos, así, en un rápido repaso recordamos que el poeta de Lezama, Don Pedro Boloqui, bautizó a unos de sus libros “De Vuelta y Media”, uno de los tiros clásicos en el juego junto al otro llamado de “dos vueltas”; en ambos lo que vale es la capacidad de ejecutar el tiro buscando tener “la suerte” de la taba del lado de quien lo ejecuta. El otro tiro es “de roldana”, pero en éste todo queda librado al azar, no demostrando el tirador ninguna clase ni estilo.
Otro poeta es el Indio Bares, que en su verso “Bolada”, nos hace una aclaración profunda, cuando observa  que toda taba derecha / sale del garrón izquierdo”.
También el gran Wenceslao Varela construye un verso donde la taba juega un papel fundamental, y por eso el paisano que relata se presenta diciendo: “Pero nada más sencillo / que el juego’e taba encontrao”, y loando su habilidades recuerda que: “le eché veintidós clavadas / sin volcárseme ninguna”, pero que cuando juega a “suerte o culo” el amor de una paisana, no sabe por qué pero al tirar: “la taba picó y se jué / como una cosa perdida; / si cuando la  vi caída / me vino como un sudor…”.
Por mi parte he hablado de la taba en varios versos y algún cuento. Recuerdo a “Como la taba”, en el que intento hacer una comparación con la vida cuando las cosas no nos van bien, como si la taba hubiese mostrado “el culo”.
Ahora, para compartir, he traído uno en el que personaje “Laurentino Cuberes”, bien podría haber sido aquel Tío Pocholo del que ya hablé. Está incluido en el libro “Travesiando” de 2007 y se titula:

TIRANDO EL GÜESO

Con la atitú decedida
del que sabe lo que quiere,
don Laurentino Cuberes
la pisó al verla tendida;
la mirada precavida
fija un momento en su mano
porque al tantiarla, baquiano
como quien en eso es ducho,
piensa: “yo he de alzarme un pucho
como hizo Fierro... mi hermano...”.

Dispués que la revolió
como tantiándole’l hacha,
de la mano, en la bombacha,
la traspiración secó;
la pierna derecha echó
levemente hacia’delante;
estiró el brazo. Un istante
lo deja en el aire, quieto,
carculándole’l trayeto
a juzgar por el semblante.
  
Y con suavidá galana
como vuelo de paloma,
una taba’ltura toma
dende una estampa paisana.
Dos ojos, de güena gana
no le quitan la mirada,
y al agarrar la bajada
que la yeva a su destino
¡suerte!, grita Laurentino
pero endimás: ¡es clavada!

                                  (08/03/1988)
Carlos Raúl Risso E.-

domingo, 12 de junio de 2016

TRES AÑOS

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro 54 – 12/06/2016

Con su licencia, paisanos! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”

Treinta y un años atrás, junto a Oscar Lanusse y Roberto Coppari, comenzábamos a amasar un sueño que se llamó “Pa’l Gauchaje” Revista Mensual de Temática Costumbrista. Oscar fue el iniciador cabal de dicho emprendimiento, al que nos acollaró para tan ambicioso proyecto aunque carecíamos de experiencia, pero su arrollador empuje  nos colocó en la situación de encarar esa publicación que faltaba en el movimiento tradicionalista.
En lo personal atesoraba el pequeño conocimiento de haber participado en un emprendimiento anterior -del año 1982- que se llamó “Tradición”, pero… era poco y nada.
En Septiembre de 1985 “Pä’ Gauchaje” tuvo su alumbramiento: ¡apareció el N° 1!, del que se tiraron ¡3000 ejemplares!
Eran otros tiempos, no había computadoras. Los textos se tipeaban, se corregían, se volvían a imprimir, luego se recortaban y se iban pegando sobre hojas matrices; cumplido este paso, se llevaban a hacer la fotomecánica, de donde resultaban las películas e impresión de las chapas “cabrenta”, y por último, con estos dos elemente, a una imprenta de la Ciudad de Buenos Aires, de donde finalmente se regresaba con las revistas. ¡Toda una odisea! si se lo compara con la técnica de hoy. A propósito, Miguel Petto diría: ¡Cómo han cambiado las cosas!
Nuestras expectativas pasaban, fundamentalmente, por los centros tradicionalistas; nos decíamos ¿cómo cada institución no va a comprar diez ejemplares…? Pero eso nunca ocurrió y dependíamos más que nada, de las suscripciones, de cuyos despachos por el correo oficial se ocupaba el sacrificado Roberto Coppari.
A pesar de lo dicho, la revista se fue acreditando y los fieles lectores la esperaban ansiosos. Así llegamos a publicar 60 ejemplares, lo que representa una vida real equivalente a cinco años calendario.
Hacia fines de 1988 la espiral inflacionaria devoraba los bolsillos, y por tal motivo, con la impresión del N° 42 en 02/1989, “Pa’l Gauchaje” pareció cerrar su ciclo. Así pareció. Pero pasa que -otra vez- el empuje de Lanusse la resucitó a fines de 1990 y por otros 18 meses recobró su vigencia, hasta que en 1992, con el N° 60, plantó bandera para siempre.
Hoy, se ha transformado casi, en una “revista de culto”, los gustadores de lo criollo la buscan y atesoran; en los mercados de internet se ofrecen ejemplares a $60 cada uno, y quienes han conservado la colección, se sienten orgullosos de tener un bien preciado. Me consta, porque vuelta a vuelta encuentro paisanos que me lo confirman.
Cuando la publicación cumplía tres años de vida, 36 meses de aparición consecutiva, intenté reflejar lo que sentíamos en las décimas de un verso, verso que ahora quiero compartir con los oyentes para revivir a modo de homenaje, la emoción de aquellos tres primeros años de vida de la revista.

TRES AÑOS

Aquí estamos ¡si señor!
levantando la bandera
de la tradición campera
con patriotismo y honor.
Es que nos suebra valor
pa’ encarar bravos caminos.
En la Argentina ¡argentinos!
y argentinos ante’l mundo,
¡que un sentimiento profundo
nos marca gauchos destinos!

Tres años no son edá
pa’ que un gurí se haga hombre,
pero vea y no se asombre:
¡sustentan una verdá!,
esta que leyendo está
-esperemos que gustoso-,
la que latiendo de gozo
es badajo que golpea
sobre el bronce de la idea
de un cencerro sentencioso.

Tañe nuestra voz modesta
y el tañido es “Pa’l Gauchaje”;
pa’ nuestra gente’l mensaje
que’s aliento y no protesta.
Nunca sirve lo que resta
solo vale lo que suma,
que si una tropa se ahuma
ante un campo’e romeriyo,
nos sahumamos con el briyo
que la tradición eshuma.

Tres años no son un día.
Son una lucha constante
tirando siempre adelante
con humildá ¡y con porfía!,
bienhaiga la’lgarabía
de los que aliento nos dan,
de los que dicen que están
nuestra yegada esperando,
y de aqueyos que “anunciando”
dicen ¡presente! y “dan pan”.

“Pa’l Gauchaje” es realidá
que repechando “pamperos”
recorre güeyas, senderos,
y hasta dentra en la ciudá;
preñada en versos está;
leyendas, también historias;
de figuras promisorias
y de otras ya consagradas
hay notas, que reflejadas,
nos dejan sus trayetorias.

De alguna monta vistosa
impreso, queda el retrato,
y cual pidiendo “un barato”      
hay algún cantor que posa.
En “Pa’l Gauchaje” retoza
el alma de la gauchada.
Va en sus páginas marcada
una intención costumbrista,
y ojalá que siempre esista
esa: ¡prósima topada!
                                (26/07/1988)


 Carlos Raúl Risso E.

domingo, 5 de junio de 2016

LADRÁNDOTE, "PUCHETO"...

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro 53 – 05/06/2016

Con su licencia, paisanos! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”

En el micro N° 34 de diciembre pasado, conté cuando en el ‘74 al venderse “Los Ombúes”, salí de allí -sin mirar atrás, ni volver jamás-, hacia un nuevo destino. Pero no fueron aquellos tres caballos los únicos que conservamos.
Hubo un perro además, overito marca “perro” nomás, al que llamábamos “Pucheto”, que también cambió de aires, y dejó sus andanzas “camperas” para transformarse en un perro de ciudad, como que vino a vivir a mi casa. Y si bien se acostumbró y se aquerenció a la nueva morada, le gustaba salir a hacer sus recorridas por el barrio. Mantuvo, de alguna manera, su costumbre de alejarse de “las casas”, como solía hacer allá en el campo.
Lo de “Pucheto” le venía por el perro de tal nombre al que Wimpi inmortalizara en una de sus graciosas páginas, que en la voz de Pancho Moreno Palacios llegó con sus curiosas virtudes perrunas a todos los rincones patrios. Claro que este “Pucheto”, ni juntaba los huevos, ni hacía la comida, aunque no por eso dejaba de ser simpático.
Pero un día de junio de 1976, justo momentos antes que yo saliera hacia el trabajo, él también ganó la calle y de ningún modo respondió a mis llamados intentando hacerlo volver para que quede adentro, en el patio.
Entonces mi casa era abierta con un pasillo ancho sobre un lateral, y al frente una pared bajita, con una puerta petisa; pues bien, a ésta la dejé abierta para que cuando el “Pucheto” volviera de su recorrida, pudiese entrar.
Lo cierto es que no volvió… o eso pensamos.
El primero en llegar a la casa fue mi padre, quien preocupado por su ausencia salió a la calle a averiguar, hasta que una vecina le dijo que había pasado la perrera, y que aunque el perro estaba echado en el pasillo interno, un hombre entró y allí lo cazó con un lacito del cogote y se lo llevó al camión. Hechas con premura las averiguaciones del caso, supo mi padre que una vez muertos los llevaban al depósito de basura urbana que sobre la Diagonal 74, camino a Punta Lara, que entonces administraba la firma Venturino Hnos., y allí, junto al empleado que andaba desparramando la basura en un vehículo apropósito, recorrieron sin encontrar los restos del animal.
En mi casa, fue un día de pesar, sobre todo por las extrañas circunstancias en que se dio. Para mí fue como un cargo de conciencia, porque fui quien lo dejó en la calle.
La cuestión fue que esa noche, antes de irme a descansar, me quedé entablando rimas tratando de descargar mi pesar, como queriendo decirle algo a aquel “Pucheto” que aunque no era el de Wimpi, había sabido ganarse un lugar en la familia. El resultado fue éste:

LADRÁNDOTE, “PUCHETO”…
 ¿Qué campo andarás corriendo?
¿Qué vaca garroñarás…?
Cha digo, ¡si te’stoy viendo!
(Aunque ya no pueda verte…)
Y aunque está tu cuerpo inerte
tu ladrido estoy oyendo.

Por eso salí a la noche
y alcé la cabeza al cielo:
y era la negrura, el broche
silencioso de un ladrido…
… y tus ojos renegridos
dos estreyas por derroche.

Justo al hacerse el invierno
se me apagó tu tibieza…
tu entender de animal tierno
se m’hizo un capricho’e penas…
¡Ya no habrá más Magdalena
tan solo un vagar eterno!

Ni siquiera te vi al irte…
-me’nteré que ibas gimiendo-.
Qué triste fin, el morirte
frente a un ser indiferente.
¡Seguro que’ras más gente
que’l infeliz que fue a herirte!

Sé que lo habrá perdonao
la inocencia de tus ojos,
porque quizá reencarnao
en una vida futura
seas la gracia y la ternura
de sus hijos… ¡si es que ha’mao!

Chau “Pucheto”, hasta más verte.
Yo sé que no me has dejao.
Pero igual te deseo ¡suerte!
(la que te faltó ese día).
¡Qué mala pata… la mía…!
…no estar, ¡para defenderte!
                                        (21/06/1976)
Carlos Raúl Risso E.-