LR 11 – Radio Universidad –
“CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
Nº 015 – 26/07/2015
Con su licencia, paisano! Acomodado
en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos
un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.
Hoy voy a contar la
particular historia del verso más nuevito de mi cosecha, que es por otro lado,
el primero compartido con otro hacedor de versos.
El sábado 6 de junio,
me llamó para conversar un rato, “El Gaucho” Miguel Maj, el mismo que ha
grabado un par de discos compactos con Héctor del Valle, en los que expresa un
muy buen decir para los versos criollos.
Derivó la conversación
por distintos temas siempre vinculados con los versos, hasta que Miguel me
cuenta que más de 20 años atrás había comenzado a escribir uno, del que nunca
pudo pasar de dos décimas y algunas cuartetas borroneadas, y ahí viene cuando
me refiere la historia, que ahora sintetizo.
Allá por la década del
60, se dedicaba a trabajar en “la bolsa”, en las cosechas del oeste bonaerense
y en la aledaña provincia pampeana. Por entonces conoció a un paisano ya hecho,
hombre de todos los oficios paisanos, al que ya los años y algunos achaques no
le permitían prenderse de todas las changas que se le ofrecían. Era infaltable
en los fogones y en las reuniones de boliches; un tanto “personaje pintoresco”,
del que nunca se sabía si todo lo que contaba era cierto o había algo de
embuste.
Le digo yo: “-Medio
como el <Tata Nica> de Julio Migno…?”, “-Si, más o menos…”, respondió
Miguel. Y agrega que más allá de todo eso, el viejo tenía un poncho indígena que
muchos le codiciaban, y que un día, en un boliche, un rico empresario empezó a
ofertarle plata sin reparos, y que llegó un momento que la cifra superaba
holgadamente lo que el pobre paisano podía ganar en un año largo, por lo que
Miguel pensó para sí: “El viejo se lo vende”, pero tras una pausa, éste le
responde al rico: “-Don, su mucha plata no paga los flecos del poncho mío”, a
lo que yo le expreso: “Ahí está el verso, Miguel… esa salida bien vale un
verso!”.
Y como esa me contó
otras picardías que hacía el Viejo Liborio (así se llamaba el paisano).
“-Si se te ocurre algo,
seguilo…”, fue el convite.
Lo cierto del caso fue,
que finalizada la comunicación escribí dos décimas, y entre el domingo y el
lunes otras tres más, usando por supuesto, los apuntes que había hecho Miguel.
Puse las siete décimas
a su consideración con el título de “El Poncho Ranquelino”, pero me retrucó con
“El Poncho de Liborio”, y algunas correcciones a lo que había escrito.
Pues bien, la cosa
quedó como ahora se las dejo, y en verdad que particularmente estoy satisfecho
de haber podido llevar a cabo, el completar esta historia real, que es la de:
1
Viejo
poncho ranquelino
que
Liborio conservaba
diciendo
qu’él heredaba
la
prienda de su padrino;
y
que a este a la vez le vino
como
una herencia también,
de
un indio que con Pincén
a
la isla yevó sus güesos
en
condiciones de presos
por
orden de no sé quién.
2
Tenía
un tajo zurcido
a
una cuarta de la boca
justito
ande’l pecho toca
…un
malambo de latidos,
y
aunque’so pudo haber sido
herida
de sable o… rama,
Liborio
pintaba un drama
que
a uno hacía estremecer
…y
apenas dejaba ver
la
herida que había en la trama.
3
De
vivir, bandea los cien
ya
que ayá por el sesenta
Liborio
tenía setenta
…y
un poquito más también.
“-Por el año cuatro, el tren
hasta estos pagos yegaba
-decía
Liborio- yo estaba
y cuando estuvo a la vista
de a cabayo, al maquinista
con mi poncho saludaba”.
4
Una
güelta en un boliche
ande
había naipe y taba
y
al tirador lo volcaba
del
más platudo al más piche,
un
tal Floro Margariche
muy
rico en campos y avíos
le
ofertó plata en hastío
por
el poncho, y él…lo apaga:
“¡Su mucha plata no paga
ni un fleco del poncho mío!”
5
Siempre’l
poncho le servía
de’scusa
pa’ una conversa
y
la historia más dispersa
en
su boca, se ceñía;
quién
sabe, lo que decía
pueden
ponerlo en cuestión,
mas
ricuerdo la espresión
cuando
dijo, que a su ver
por
el poncho iba’a golver
el
indio, alguna ucasión.
6
Cuando
el alcohol de algún vino
le
subía a la cabeza
él,
arroyaba en la mesa
a
su poncho ranquelino,
pero
muy zorro y ladino
siempre
tuvo un fleco atao
ande
un dedo hecho candao
ante
un tirón lo avispaba
y
muy suelto preguntaba:
“-¿…otro vino me ha pagao…?”
7
“-Yo no duermo -repetía-
siempre estoy como dispierto,
mi ojo cerrao… está abierto
disconfiando que se hacía.
Si viene la parca un día
(porque’ya siempre trabaja)
y haga ceñir con su faja
mi pobre montón de güeso’,
pido entonces de’sprofeso
¡que sea el poncho mi mortaja!
Versos de Miguel Maj y Carlos Raúl Risso