LR 11 – Radio Universidad –
“CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
Nº 013 –12/07/2015
Con su licencia, paisano! Acomodado
en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos
un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.
Todos
mis mayores son nativos del “viejo pago de la Magdalena”, ahora, para más
precisión, por rama materna, los Espinel son de la zona del Zapata, y los
Cepeda, entre el paraje El Pino y Bavio.
Allí
en la zona del Zapata, mi tatarabuelo Miguel Espinel (español, de Canarias)
casado en 02/1846 con Feliciana Dadín -natural de la zona-, entre 1855 y 1867
compró distintos pedazos de campo, los que bajo su propiedad conformaron lo que
se llamó “El Mirador”.
Esta
propiedad tenía una extensión de 1000 Has., y en la misma, casi en su extremo
oeste, mandó construir un típico casco de estancia porteña, el que a mediados
de la década de 1950 se convirtió en tapera, una cosa muy curiosa: un señorial
casco de estancia abandonado.
Así
lo conocí, la primera vez no la recuerdo, pero supo contarme mi padre que me
llevó, por una escalera caracol, hasta el propio mirador que le daba nombre. La
segunda, ya más muchachito, nos allegamos con un primo, a recorrer esas ruinas
y sacar alguna foto, a mediados de los 60.
Totalmente
desmantelado, solo conservaba las rejas de algunas ventanas y el techo en
azotea se encontraba completo… hoy ya no.
Eran
visibles los vestigios de que había estado rodeado de zanjas y sobre el borde
de una de estas, aún había varias plantas de tuna. La edificación y el terreno
que comprendía el zanjeado se encontraba emplazado en una curva cerrada del
arroyo Zapata, en un lugar donde corría bien encajonado, lo que brindaba
protección o seguridad a la parte posterior del casco. Es uno de esos sitios
que antaño se denominaban “rinconada”.
A
principios del siglo pasado, en dicha construcción dio clases escolares el
maestro Carlos Gatti, y dicen que en la azotea hacía flamear la bandera
nacional.
Los
últimos en vivir allí, al menos en forma regular, fueron Pedro Gutiérrez y su
esposa Josefina, y ese es el lugar en que nació el recordado Carlos Gutiérrez.
Varias
veces he escrito artículos sobre este casco, cuyo abandono siempre llamó mi
atención, y nunca le encontré explicación a tal circunstancia. Pero
indudablemente la primera referencia fue este verso que compuse el 25/08/1971
-hace ya 44 años-, y como no podía ser de otra manera, simplemente titulé “El Mirador”:
EL MIRADOR
Camino
de Madalena
por
el arroyo “El Zapata”,
el
pasado se retrata
en
una región serena.
Solo
silencio resuena
en
el casco “El Mirador”,
el
que ayer juera avisor…
un
vigía en el desierto,
hoy
se encuentra cuasi muerto
pero
de pie, con honor.
Eran
cinco habitaciones,
corredor
de cinco arcadas;
la
terraza embaldosada
y
un mirador de estensiones;
altos
varios ventanones
con
rejas asegurao;
el
cielo raso calzao
con
ladriyos y tirantes,
gruesas
paredes mediantes
queda
el casco conformao.
Por
casuarinas cubierta
se
encuentra aún su figura,
las
que ayer, con su espesura
beneficiaban
su alerta.
Una
zanja hacía incierta
la
pretensión de un malón,
y
en más de una ocasión
habrá
meyao su bravura…
una
tuna que hay me augura,
que
de’yas hubo un cordón.
Atrás
del casco -lindero-
y
por la zanja encerrao,
en
su contorno arbolao
había
un pequeño potrero;
tal
vez para algún nochero
o
pa’ tener cabayadas,
de
relevo preparadas
pa’
los chasqui o las galeras,
que
abrían las rutas primera
con
sus largas trajinadas.
Pero
tampoco faltaron
manos
para profanarte
y
dentraron a robarte
cuando
de usar, te dejaron.
Esos
seres no pensaron
que’ras
de historia un pedazo
y
ansí, sin hacerte caso
vacío
te abandonaron,
y
a la historia le quitaron
sin
darse cuenta, un retazo.
Suman
un montón los años
que
yevas sobre tus hombros,
tus
boquete’ojos de asombro
miran
un presente extraño.
Ya
nos estás como en antaño
solo
y en un campo abierto,
pero
tu fin es incierto
ya
que pretenden voltiar,
ese
mirador sin par,
antes,
¡vigía del desierto!
Carlos Raúl Risso E.-
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