Micro Nº 35 – 27/12/2015
Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz,
mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su
historia”.
Con Luis María
Laurencena, “El Vasco”, nos conocimos al despuntar los años 70, cuando
bailábamos en la Agrupación de Arte Nativo Bonaerense que capataceaba Guillermo
Villaverde.
Además de las danzas
supimos compartir ensilladas y desfiles; frecuentó bastante mi casa paterna, e
incluso con mi padre solían ir bastante seguido a “El Carmen del Pescado” a
caminar los caballos que allí estaban.
Cuando en el 76 me
casé, “El Vasquito” asó el lechón que esa noche comimos, y como era una pequeña
reunión con un grupito familiar, por nada del mundo quiso participar para no
romper ese orden pre establecido. O sea que asó, nos dimos un abrazo y buscó su
rumbo.
A Luis María le tocó
ser el primer amigo que se marchó de esta vida, cuando aún éramos muy jóvenes,
y supuestamente le quedaba mucho trecho por recorrer.
Por diciembre del 77,
decidió hacerse un control médico porque se palpó un bultito en una axila, y
como tenía que jugar un torneo de paleta en Brasil, quería viajar tranquilo. Lo
cierto del caso fue que tras ese control, el profesional médico le informó a la
familia que solo le quedaban seis meses de vida.
Ese año 78 se jugaba el
Mundial de Futbol, y con antelación habían comprado con su hermano las entradas
para la fecha inaugural en el estadio de River. Para ese entonces ya no andaba
bien, a pesar de lo cual se preparó temprano para ir hacia Capital, pero
finalmente le dijo al hermano que se vaya solo porque no iba a aguantar tantas
horas en la tribuna. Ya no se levantó más.
En esos sus últimos
días, mi padre -que era bastante manosanta-, lo acompañó todas las tardes
noches, y allí, mientras le tomaba una mano y le hablaba, “El Vasco” podía
dormirse; si por algún motivo no asistía, algún familiar (padre, hermano,
etc.), lo venían a buscar porque el enfermo lo pedía. En mi entorno familiar
sentimos mucho su pérdida.
Y un día de febrero de
1980, al salir de una jineteada en “La Montonera” con rumbo a la parada del
colectivo, al pasar bajo el arco de la tranquera de entrada, algo misterioso me
trajo su recuerdo y una frase: “Como un tizón trasfoguero / que se consume en
su brasa…” por lo que, sin proponérmelo había comenzado una décima; subí al
transporte y continué desarrollando la idea, y como no tenía ni papel ni lápiz,
a la par que avanzaba el verso, me lo iba repitiendo y agregando la línea
nueva; terminada la primera décima, la repetía y comenzaba a desarrollar la
segunda, y concluida ésta, repetía la primera y la segunda y avanzaba con la
tercera. Así, hasta que llegué a mi casa, donde sentado a la mesa, con papel y
lápiz transmití a la mano lo que estaba guardado en la memoria. Lo titulé “A
Luis María Laurencena “El Vasco”, y dice:
A LUIS MARÍA LAURENCENA
("El Vasco")
Como
un tizón trasfoguero
que
se consume en su brasa,
se
me apagó tu crioyaza
presencia
de compañero.
Te
había pialao lo campero,
te
había amadrinao la tierra,
con
la beyeza que’ncierra
nuestra
costumbre paisana,
pero
en edá muy temprana
el
destino te destierra.
Solo
una cosa segura
hay
una vez que nacemos,
y
es que algún día rumbiaremos
de’ste
pago, a otra yanura.
En
tus amigos perdura
tu
imagen, “Vasco” güenazo.
Jue
cimbrón de todo el lazo
que
hace temblequiar la mano
saber
que siendo temprano
se
avecinaba tu ocaso.
Será
que pa’ndar camino
hacía
falta algún resero,
¡y
que mejor que un surero
pa’
repechar el destino!
Mirá
hermano, solo atino
a
decirte con voz plena,
que
anque tu ausencia me apena,
mientras
esista un fogón,
latirá
tu corazón
¡Luis
María Laurencena!
(18/02/1980)
Carlos
Raúl Risso E.-