LR
11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
53 – 05/06/2016
Con su licencia, paisanos!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz,
mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con
su historia”
En el micro N° 34 de
diciembre pasado, conté cuando en el ‘74 al venderse “Los Ombúes”, salí de allí
-sin mirar atrás, ni volver jamás-, hacia un nuevo destino. Pero no fueron
aquellos tres caballos los únicos que conservamos.
Hubo un perro además,
overito marca “perro” nomás, al que llamábamos “Pucheto”, que también cambió de
aires, y dejó sus andanzas “camperas” para transformarse en un perro de ciudad,
como que vino a vivir a mi casa. Y si bien se acostumbró y se aquerenció a la
nueva morada, le gustaba salir a hacer sus recorridas por el barrio. Mantuvo,
de alguna manera, su costumbre de alejarse de “las casas”, como solía hacer
allá en el campo.
Lo de “Pucheto” le
venía por el perro de tal nombre al que Wimpi inmortalizara en una de sus graciosas
páginas, que en la voz de Pancho Moreno Palacios llegó con sus curiosas virtudes
perrunas a todos los rincones patrios. Claro que este “Pucheto”, ni juntaba los
huevos, ni hacía la comida, aunque no por eso dejaba de ser simpático.
Pero un día de junio de
1976, justo momentos antes que yo saliera hacia el trabajo, él también ganó la
calle y de ningún modo respondió a mis llamados intentando hacerlo volver para
que quede adentro, en el patio.
Entonces mi casa era
abierta con un pasillo ancho sobre un lateral, y al frente una pared bajita,
con una puerta petisa; pues bien, a ésta la dejé abierta para que cuando el
“Pucheto” volviera de su recorrida, pudiese entrar.
Lo cierto es que no
volvió… o eso pensamos.
El primero en llegar a
la casa fue mi padre, quien preocupado por su ausencia salió a la calle a
averiguar, hasta que una vecina le dijo que había pasado la perrera, y que
aunque el perro estaba echado en el pasillo interno, un hombre entró y allí lo
cazó con un lacito del cogote y se lo llevó al camión. Hechas con premura las
averiguaciones del caso, supo mi padre que una vez muertos los llevaban al
depósito de basura urbana que sobre la Diagonal 74, camino a Punta Lara, que entonces
administraba la firma Venturino Hnos., y allí, junto al empleado que andaba
desparramando la basura en un vehículo apropósito, recorrieron sin encontrar
los restos del animal.
En mi casa, fue un día
de pesar, sobre todo por las extrañas circunstancias en que se dio. Para mí fue
como un cargo de conciencia, porque fui quien lo dejó en la calle.
La cuestión fue que esa
noche, antes de irme a descansar, me quedé entablando rimas tratando de
descargar mi pesar, como queriendo decirle algo a aquel “Pucheto” que aunque no
era el de Wimpi, había sabido ganarse un lugar en la familia. El resultado fue
éste:
LADRÁNDOTE, “PUCHETO”…
¿Qué campo andarás corriendo?
¿Qué vaca garroñarás…?
Cha digo, ¡si te’stoy viendo!
(Aunque ya no pueda verte…)
Y aunque está tu cuerpo inerte
tu ladrido estoy oyendo.
Por eso salí a la noche
y alcé la cabeza al cielo:
y era la negrura, el broche
silencioso de un ladrido…
… y tus ojos renegridos
dos estreyas por derroche.
Justo al hacerse el invierno
se me apagó tu tibieza…
tu entender de animal tierno
se m’hizo un capricho’e penas…
¡Ya no habrá más Magdalena
tan solo un vagar eterno!
Ni siquiera te vi al irte…
-me’nteré que ibas gimiendo-.
Qué triste fin, el morirte
frente a un ser indiferente.
¡Seguro que’ras más gente
que’l infeliz que fue a herirte!
Sé que lo habrá perdonao
la inocencia de tus ojos,
porque quizá reencarnao
en una vida futura
seas la gracia y la ternura
de sus hijos… ¡si es que ha’mao!
Chau “Pucheto”, hasta más verte.
Yo sé que no me has dejao.
Pero igual te deseo ¡suerte!
(la que te faltó ese día).
¡Qué mala pata… la mía…!
…no estar, ¡para defenderte!
(21/06/1976)
Carlos Raúl Risso E.-
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