LR 11 – Radio Universidad –
“CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
Nº 010 –21/06/2015
Con su licencia, paisano! Acomodado
en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos
un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.
Ya hice mención en otra
de estas charlas, que las pinturas criollas han sido -y lo siguen siendo-,
motivo de inspiración; así, obras de Eleodoro Marenco y de Rodolfo Ramos muchas
veces me han dado lugar a que interprete libremente lo reflejado en una lámina,
componiendo un verso. Y esto ha sido a tal punto, que con versos sobre obras de
Don Eleodoro publiqué en 2007 un librito al que titulé “Travesiando”, el que se
integra con treinta y ocho (38) versos referidos a otras tantas pinturas suyas.
Y sobre obras Ramos más de una docena debemos tener.
Otro pintor que siempre
me interesó y con el que confieso haber aprendido mucho, es Enrique Rapela, el
que de alguna manera creara la historieta criolla, donde cada aventura de sus
personajes “El Huinca” o “Fabián Leyes”, tenían un trasfondo histórico real, y
la fantasía de la aventura ideada, nunca resultaba imposible en la vida del
ambiente gaucho del siglo 19. Por otro lado es el mismo pintor que hizo célebre
aquellas cajitas y cajas de fósforos ilustradas con motivos gauchos.
Rapela, como Molina
Campos, Marenco, Jorge Daniel Campos, Zavataro y Ramos, también ilustró
almanaques, y una de esas láminas, enmarcada, adornaba una pared de mi casa.
Allí, en un paisaje de
serranías, con un rancho en segundo plano, se veía un paisano ya con algunos
años, junto a la tranca de un corral de pircas, o sea: un corral de piedra, por
lo que quizás la pintura estaba ambientada en alguna serranía cordobesa o
puntana.
Observar el cuadro en
sus detalles, me provocaba (al igual que me sigue ocurriendo cada vez que
contemplo un cuadro) lo que yo llamo “una lectura”, o sea intuir por qué está allí el personaje,
qué está haciendo, qué le ha pasado o qué le pasa, y así, en lo que repito,
llamo una “interpretación libre”, nace el verso.
En este que ahora me
ocupa, obvie hablar de la serranía y el corral de pircas, para poder
representarlo, sin alterar nada, en esta región pampeana.
Al paisano, comencé por
ponerle nombre y apellido, y a la historia la titulé: “A un Crioyo Viejo”.
Ocurrió lo que les cuento en enero de 1976, hace ya 39 años, y está incluido en
mi primer libro.
Espero sea del agrado
de ustedes.
A UN CRIOYO VIEJO
Güen
domador y resero
Nicanor
Mauro Galván,
de’sos
hombres que se dan
no
en tuitos los entreveros.
De
una sola pieza, entero;
como
criollo: ¡servicial!
Se
me hace que del corral
por
la tranquera lo veo…
y
m’eriza un cosquiyeo
con
su ricuerdo cabal.
Chiripá
bayo listao
y
un saquito corralera,
su
indumentaria campera
con
resabios del pasao.
Un
sombrero requintao
sujetaba
su melena,
una
daga de las güena’
le
hacía cruz en la cintura;
botas
negras, caña dura,
y
la mirada serena.
Ni
bien despuntaba el día
-dispués
de cimarroniar-,
el
rancho solía dejar
y
al rato nomás golvía.
Con
un pingo se venía
como
pa’ tenerlo a mano,
costumbre
de’se paisano
que
nunca amansó a palenque
y
no abusó del rebenque
pa’
sacar un pingo sano.
Que
había sido montonero
se
sabía comentar,
mas
él, nunca quizo hablar
de
aqueyos tiempos primeros;
pero
en cambio ponía esmero
pa’
dar un sano consejo,
ya
que había yegao a viejo
y
el domar era su cencia,
nos
volcaba la esperencia
de
crioyo sabio y parejo.
Con
ochenta inviernos largos
echó
el último suspiro,
sobre
el talón hizo un giro
y
jue a cumplir… “ese” encargo.
Pa’
mi jue un momento amargo
el
que tuve que pasar,
y
hoy lo suelo ricordar
con
mi respeto mayor,
al
resero y domador
Nicanor
Mauro Galván.
(31/01/1976)
Carlos
Raúl Risso E.-
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