LR 11 – Radio Universidad –
“CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
Nº 008 –07/06/2015
Con su licencia, paisano! Acomodado
en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos
un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.
Corría el año 1967, y
con motivo de preparar un grupo para participar en el entonces jovencísimo
Festival de Cosquín, Carlos Attemberg seleccionó gente, y las reuniones y
ensayos se realizaban en el patio de mi casa, que es más o menos la misma que
hoy sigo habitando.
Entre los convocados se
encontraba Francisco Chamorro, quien por entonces no hacía mucho había dejado
su Conjunto Pilcomayo, para abocarse, él, correntino de nacimiento, a la música
surera, la propia de la región pampeana.
Con el acompañamiento
de Jorge Suárez interpretaban la música de las danzas que íbamos a desarrollar
en el escenario: triunfo, huella, mediacaña. Así, antes de comenzar el ensayo,
o en los momentos de descansos, Francisco nos hacía escuchar los temas que iba
incorporando a su repertorio, y varios de ellos eran de un poeta para mí
-entonces- desconocido: Omar J. Menvielle. 4 o 5 años antes, este había dado a
conocer su libro “Relinchos” que resultara laureado por el gobierno de ese
tiempo.
Entre los temas que
Chamorro entonaba estaba “El lunar de la tropilla” -que luego cantaría en el
Festival- , “Sarna con gusto” y “Tranqueando sobre la huella”, el que habla de
un paisano que vuelve al rancho después de un viaje, con mal tiempo, y que en
un momento dice: “Ah! Liberata Rosales /
-mi compañera en la tropa- / ando por vos hecho sopa / sos la causa de mis
males / no me arisquiés los percales / que el día menos pensao / me van a
encontrar finao / como pa’ lonjas el cuero / abierto el degolladero / y por
chimangos rodiao”. Lo cierto es, que estos versos que desconocía, me abrían
un nuevo mundo poético que aunque mucho se emparentaba a los decires de
Charrúa, tenía su propio y particular mensaje.
Recuerdo que aquel
libro que era para mí una rareza, 3 o 4 años más tarde me lo facilitó Jorge
Suárez, y lo copié íntegramente a máquina, ya que no se conseguía en las
librerías.
Trece años después,
estando ya casado, y cuando iba de un trabajo a otro, un día que llovía, me
comenzó a nacer un verso que refería a un paisano que un día de tormenta y
sobre camino pesado, volvía a su querencia ansiando abrazar a su amada. En tres
décimas logré plasmar la idea, y cuál no sería mi sorpresa, cuando andando el
tiempo, me di cuenta que de alguna manera, había recreado aquel tema con el que
Chamorro sorprendía mis oídos adolescentes, ávidos de música y saberes
criollos.
“Capataza de mi amor”
lo bauticé, y no estaría nada mal pensar que se lo escribí a mi esposa, aquella
primavera de 1980, un día que llovía:
CAPATAZA
DE MI AMOR
Cái
una garuga fina
queriendo
calarme el cuero
mientras
que al ala’el sombrero
el
peso’el agua la inclina.
El
viento se arremolina
castigando
el encerao,
y
el “Lobuno” -trajinao
por
dir en güeya pesada-
con
la cabeza agachada
va
tranquiando resinao.
La
tarde ya se jue al mazo
adelantando
la noche
y
haciendo de agua derroche
la
tormenta marca el paso.
La
yuvia me da su abrazo…
Al
pasar me chifla el viento,
pero…
sordo a ese lamento
bajo
un cielo sin estreyas,
solo
ansío los brazos de eya
y
ansí, cantarle contento.
¡Es
la morocha paisana
“capataza
de mi amor”!
De
mi querencia: la flor;
de
mi vida: la mañana.
Y
anque la yuvia se afana
pa’
que no yegue a destino,
a
continuar solo atino
¡no
me aflueje mi “Lobuno”!
Que
mi amor tan solo es uno
¡y
espera al fin del camino!
(30/09/1980)
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