domingo, 23 de agosto de 2015

M'BURUCUYÁ

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 019 – 23/08/2015

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.

Hemos de continuar hoy el rumbo que tomamos el domingo pasado, y seguiremos por los montes ribereños del Río de la Plata. Decía entonces de la cantidad de helechos y enredaderas y destacaba entre ellas, esa de las flores grandes y llamativas y esos frutos carnosos, más grandes que un huevo de pigmea, que también probamos, imitando a los pájaros que se servían de ellos; “m’burucuyá” es su nombre, de fuerte reminiscencia aborigen, aunque castellanizado por el uso, ya que el netamente propio sería “m’burukujá”.
Como esta flor tiene una interpretación de claro contenido religioso, copiamos la explicación que da José Javier Rodas: fueron “los jesuitas -de fuerte presencia en el norte mesopotámico-, los que identificaron la flor con los atributos de la pasión cristiana: la corona de espinas, los tres clavos, las cinco llagas y las cuerdas que ataron a Jesús en el Calvario. Y en los rojos frutos creyeron ver las gotas coaguladas de la sangre de Cristo.”
La flor, que es propia del verano, tiene la particularidad de cerrarse a la oración y reabrir con los primeros rayos del sol.
Todos sabemos que la “flor nacional” es la del “ceibo”, lo que pocos saben, es las idas y venidas que esa designación tuvo, y menos aún, que la del “m’burucuyá” fue una de las alternativas con más posibilidades que anduvo en la disputa.
La historia se remonta a 1910, año del Centenario patrio, cuando una comisión de notables buscó designar la flor nacional argentina; dicha comisión emitió su resultado en el año 1914, aconsejando a las autoridades nacionales se consagrara la flor llamada “pasionaria o m’burucuyá”, pero… la designación no consiguió reconocimiento oficial.
Hubo otros intentos en 1928 y en 1930, hasta que en diciembre 1942 se instituyó por Decreto, “la flor del ceibo”, pero como hemos visto, el primer intento estuvo a favor del “m’burucuyá”, esa flor de enredadera que ahora evocaremos en estos versos que han cumplido treinta años, y que esperamos sean fieles en la descripción y resulten del agrado de ustedes, los fieles oyentes.
Antes de la lectura, informamos que sí es la flor nacional de la República de Paraguay.

M’BURUCUYÁ

En los montes que pueblan mi querencia,
ande chairean el aire, las espinas,
s’entreveran los talas, cinas-cinas,
coroniyos y acacias, en pendencia.
Y poniendo su toque de prudencia
hermanando las ramas de una y otra,
dende la tierra sustanciosa brota
crioyo  el m’burucuyá, con su presencia.

Va trepando por troncos ya curtidos
pa’ trenzarse a los gajos, por altura,
y reventar de ayí, con la frescura
de sus lindos florones coloridos.
Son de un blanco cabal, embeyecidos
por gauchita corona que hacia el centro
pone un toque de patria, y el encuentro
con reflejos de soles bien nacidos.

¡Crioyo el M’burucuyá! ¡Si son sus flores
emblema crioyo que’ngalana el monte!,
y que’s en las mañanas el apronte
cuando ¡güen día! gritan sus colores.
Puede y habrá quizás otras mejores
pero en los montes que hay en mi querencia,
airosa, se destaca la presencia
que abre’l m’burucuyá, con sus primores.
                             (11/05/1985)

        Carlos Raúl Risso E.-

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