LR 11 – Radio Universidad –
“CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
Nº 018 –16/08/2015
Con su licencia, paisano! Acomodado
en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos
un mate, vamos a ver si compartimos versos “De mi señal… con su historia”.
La edad que ya hemos acumulado, nos
permite mirar hacia atrás, y encontrarnos -tamizados y mejorados por el paso
del tiempo-, con recuerdos de los años de niño y preadolescente, cuando costear
de a caballo y también adentrarse por las angostas sendas y picadas que abrían
los propios animales en los montes ribereños del Río de la Plata, era una
hermosa aventura enmarcada en un paisaje de ensueño. Añosos “talas”,
enmarañadas “cinas-cinas”, “espinillos” y “ceibales”, daban cuerpo a ese monte
que también se poblaba con variedad de helechos y enredaderas, de distintos
verdes, donde sobresalía con su llamativa flor esa trepadora que reventaba en
frutos de un anaranjado -a veces vivo, otras opaco-, que al inquirir por su
nombre, “m’burucuyá”, me lo señalaron. Esas plantas, con las acacias, los
ombúes, paraísos, pezuña de vaca y ligustros, más la particularidad del
alcanfor y las palmeras, están en el entorno del paisaje y el ambiente de
crianza.
Uno ha tenido la suerte que la
curiosidad y la observación, hayan sido dos condiciones incorporadas a la vida
desde la gestación quizás, y recuerdo también como lamentaba entonces no tener
una máquina fotográfica para registrar tantas bellezas naturales, a las que se
sumaban cantidad de pájaros (los paisanos antiguos decían “bichos”, y allí se
agrupaban tanto un ave, como un reptil o una nutria o peludo); los había de
bellísimos plumajes: lustrosos “renegridos”, soberbios “federales”, encendidos
“brasitas de fuego”, “cabecitas negras”, “jilgueros”, “corbatitas”, brillantes
y atornasolados “picaflores”, “boyeros”, “cardenales”, “mistos”, “zorzales” sin
olvidar por supuestos los “horneros”, y uno muy vistoso de cuerpo negro y alas
blancas que habitaba en los juncales y nunca supe su nombre.
Casi treintañero, a principios de 1981
me propuse escribir una serie de versos que retrataran esas plantas y esos
pájaros. Y así los fui haciendo en variedad de estrofas y métricas, aunque
siempre con la prevalencia de la décima. Y en este espacio dominical hemos de
recordar algunos de ellos.
Reunidos bajo el título de “Plantas y
Pájaros”, lo incluí en mi libro “Campo de Ayer” de 1998.
Hoy vamos a evocar al “tala”, y tenemos
una grata anécdota para recordar.
Por aquellos años en que escribí esos
versos, la delegación platense de la SADE (sociedad de escritores que fundara
Lugones), decidió organizar un homenaje al notable escritor jujeño Jorge
Calvetti, y también se decidió que tres jóvenes poetas de entonces, lo
agasajaran con la lectura de poemas frutos de esa nueva camada. Tuve la suerte
que me convocaran, junto a mi “parienta” María Victoria Espinel (notable poeta),
y a Guillermo Pilía, sin duda el más destacado escritor de mi generación en
esta zona.
Pensando en que elegir para la ocasión
sin apartarme de la temática criolla, me quedé con las octavas de “Tala”, y cuál no sería mi sorpresa, cuando
al fin de la reunión, al momento de cruzar saludos, Don Jorge tuvo un momento
para mi verso, y además, casi íntimamente, me comentó: “Su poema me ha hecho recordar al tala que estaba en el patio de mi
casa…”; se refería a la finca familiar en Jujuy, en sus tiempos juveniles
de vida gaucha, cuando supo ser arriero trasladando yeguarizos y mulares al
norte jujeño y a Bolivia, como supiera contarme por carta, años después.
Dicen entonces, los versos de:
TALA
Te azotaron granizos y aguaceros.
Te zamarriaron bravos ventarrones.
Y a más, la helada en muchas ucasiones
supo emponcharte en los inviernos fieros.
Y si es que te curtieron entreveros
que’ntropiya en silencio “don destino”,
jue cura del dolor, el cristalino
canto de pajaritos mañaneros.
Trenzaron los jilgueros, sus amores,
en el amparo de tus toscas ramas,
y tus muchas horquetas jueron camas
de senciyos niditos soñadores.
Si el continuo vivir no te dio flores
te dio un fruto pequeño, que maduro,
pone lunares bayos al oscuro
sufrido opaco gris de tus verdores.
Pero sos servicial ¡sin güelta de hoja!
y de no, que lo digan los fogones,
ande son brasa eterna tus tizones
porque tu leña dura, nunca afloja.
Siendo monte tupido se me antoja
que sos techo de sombra pa’ la hacienda;
y antaño juiste rústica vivienda
del que ensució el facón en sangre roja.
Te versió de lo lindo un oriental
-Osiris, el de los pájaros locos-,
y anque mi verso es rústico y es tioco,
quiero que sepas que mi canto es lial,
un poco le hablo solo al del corral
(el de la añosa sombra de las yerras),
pero tuitos los talas de mi tierra
se merecen mi canto por igual.
(30/06/1981)
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